Dentro del mundo de las instituciones, todas ellas creadas para reproducir la producción, unas tienen como función reproducir el proceso mismo de producción (Bancos, telecomunicaciones, la Bolsa, Registros, Notarias, Mercados, Tribunales, Cuerpos de Seguridad, Medios de comunicación –ferrocarriles, carreteras-, seguros); otras tienen la finalidad de reproducir los elementos de la reproducción, mejor seria decir que sirven de complemento a las anteriores (reproducción en general), especializándose en la reproducción de sus elementos (Sanidad, Educación, Deportes, Espectáculos y Esparcimiento, Cuidados y Mantenimiento Personal – Gimnasios, Centros de Belleza-, Cultura).
Hay otras, por fin, cuya función viene referida a la reproducción del conjunto: la producción y las instituciones. Entre estas tendríamos al Parlamento, el Gobierno y los Altos Tribunales.
Recordemos que la producción que reproducen estas instituciones, no es simple, sino compleja: la producción individual por cuenta propia (campesinos, artesanos), la producción colectiva por cuenta ajena (capitalista), y la producción colectiva por cuenta propia (cooperativa). Y que, debido a esa complejidad, con frecuencia, la actuación de las instituciones, la cara que nos presentan, nos puede desorientar, de forma que no la entendamos bien.
Al conjunto de las instituciones que se ocupan de la reproducción global, se le conoce como el Estado, seguramente se llaman así, porque representan lo permanente, o por lo menos, lo que cambia poco, en comparación con los continuos cambios en los niveles más alejados de estas cumbres institucionales.
Al Estado, con frecuencia, se le considera como si fuese algo que tuviese voluntad propia, y esa voluntad coincidiera con el bien general. Esa es la opinión de los que dominan, controlan la producción, o al menos su parte esencial, ya se trate de la producción capitalista (Europa, E.E.U.U.), ya se trate de la comunista (Cuba).
Es bastante lógico que les interese presentarlo como algo lejano, sagrado, inmutable. Se trata de conservar su dominio de la producción, que de otra forma quedaría más visible y quizás más discutible.
El Estado, en nuestro entorno europeo, y en general en el mundo capitalista, no tiene unos límites claros. Hay instituciones que en unos Estados están incluidas en él, y en otros Estados, esas mismas, no lo están. En un principio se creyó que para controlar la producción había que conservar dentro del Estado, lo que llamaban las industrias básicas (electricidad, carbón, acero, industria militar, comunicaciones), más tarde han comprendido que el control de la reproducción no exige eso, y ahora predican un “adelgazamiento” del Estado. Los comunistas, en Cuba, controlan básicamente toda la producción a través del Estado. Los comunistas chinos, sin embargo, ya entienden, que toda la industria, por ejemplo, no tiene que pertenecer al Estado.
El Estado, como acabamos de ver, no es una institución, sino un conjunto de instituciones. Este conjunto no es siempre el mismo, como también acabamos de ver, sino que varia según el periodo que consideremos en un mismo país.
Lo mismo observaremos si comparamos dos países; instituciones que forman parte del Estado en uno, no lo son en el otro.
Esto nos hace comprender que no tenga, en sí mismo, una dirección a seguir, una meta propia, que dé unidad al funcionamiento del conjunto de las instituciones que lo componen, al margen, o independientemente de ellas.
Las instituciones, ellas por sí mismas, pertenezcan o no al Estado, ya habíamos visto cómo sí tienen un destino, una finalidad, una dirección en su funcionamiento.
Dado que nacen y viven para hacer posible la reproducción de un tipo de producción, a ese fin adaptan su forma, su dimensión, su composición y su propia función.
En un país como el nuestro, donde conviven tres formas de producir, de trabajar, hay, asimismo, tres tipos de instituciones; unas para reproducir la forma de proceso de trabajo individual por cuenta propia (campesina-artesana), otras para el trabajo capitalista y otras para el trabajo cooperativo.
Hay que tener en cuenta que la mayoría de ellas son comunes a las tres formas citadas (por ejemplo todas las que giran alrededor del intercambio, su instrumentación y seguridad).
Los tres tipos de producción, que las distintas instituciones reproducen, no se relacionan entre sí como iguales, sino que, según veíamos, la campesina –artesana y la cooperativa, operaban en el conjunto, siempre subordinadas a los intereses esenciales de la forma capitalista. Esta última, la capitalista, a su vez, salvando sus intereses esenciales, convive con las otras dos, aprovechando numerosos elementos útiles que le proporcionan estas formas subordinadas.
Este tipo de relación subordinada en el terreno de la producción, se transmite, como corresponde a su propia función, al juego de las instituciones, apareciendo las mismas enlazadas entre sí en el mismo régimen de subordinación que hemos visto en sus matrices, en la producción.
Estos engarces y estos movimientos, vistos en conjunto y desde su exterior, producen la apariencia de que el Estado es el sujeto que encuadra, disciplina y da unidad a las instituciones, y éstas a su vez, dan cauce y ordenan los movimientos económicos.
Este Estado, opaco, lejano y desconocido, es el que, de una forma mágica, se supone que es el que arreglará los problemas de los trabajadores; tanto en el comunismo, como en el capitalismo. Más aún, acaba siendo el “padre” de todos sus ciudadanos, tratándolos a todos por igual, sea cual sea su relación con la producción, o así pretende que se crea.
En el mundo de las instituciones, las hay con una finalidad, tan claramente ligada a la producción, que no hace falta ninguna investigación para averiguarlo. Por ejemplo, los Bancos, la Bolsa. En el otro extremo, existen otras, cuyo enlace con la producción no se averigua sino con una búsqueda laboriosa. Por ejemplo, una Orquestra sinfónica, un Seminario de la Iglesia. La gran mayoría, sin embargo, se encuentran en un terreno, en el que no es difícil establecer que, como todas ellas, nacen, funcionan y son pagadas por la parte del aparato productivo al que reproducen.
Muchas de ellas sirven a todo tipo de producción (policía, correos, Tribunales, escuelas), aunque se note una cierta especialización al reproducir, por ejemplo a los elementos de la producción, en lugar de reproducir al conjunto. Por ejemplo, las escuelas que reproducen a los hijos de los empresarios, suelen ser distintas de las que reproducen a los hijos de los obreros (por más que este hecho se trate de disimular).
En todo caso, el mejor indicador es seguir el hilo hasta llegar al organismo que sufraga los gastos de la institución. Pronto averiguaremos así qué aspecto de qué tipo de producción se pretende reproducir.
En el caso de que la institución presente un aspecto neutro, que pretende reproducir a todas las formas de producción, sin inclinarse por ninguna, no debe quedar ninguna duda de que el mayor servicio lo presta a la forma dominante de la producción.
Las instituciones, como organismos que permiten la reproducción de los procesos de trabajo, consisten, en su realidad concreta, en aparatos que se especializan según la función que desempeñan. Aparato quiere decir, un conjunto organizado de individuos y de medios materiales, que se dedican exclusivamente a una tarea determinada. La organización consiste en la fijación de ocupaciones distintas a cada individuo o grupo de individuos, de manera que el conjunto actúa siempre a través de uno de esos grupos u órganos.
En un cuartel del Ejército, por ejemplo, hay quien se ocupa de la intendencia (comida, ropa), quien se ocupa de la instrucción o adiestramiento de los soldados, quien se ocupa de la guardia o vigilancia, quien se ocupa del transporte, quien se ocupa de las labores de oficina, de las comunicaciones, etc. Igualmente hay escalones, en los que unos mandan y otros obedecen.
Pues bien, a ese conjunto, formado por el personal organizado y sus medios materiales (armamento, edificios, munición, medios de transporte, intendencia), dedicado a una función determinada, le llamamos aparato. En este caso, el aparato militar, cuya misión es la defensa (la defensa del orden que exista en ese momento).
Al conjunto de aparatos dedicados a la producción, le llamamos aparato productivo, y al conjunto de aparatos dedicados a la reproducción le llamamos aparato institucional.
Al núcleo más duro del aparato institucional, le llamamos Estado. Y el núcleo más duro, quiere decir aquellas instituciones que resultan imprescindibles para el buen funcionamiento de la reproducción del tipo de producción dominante de que se trate en cada caso. Por ejemplo, en el comunismo ruso, prácticamente el total de las instituciones eran Estado; en el capitalismo norteamericano, sin embargo, se tiende a reducir el Estado al mínimo de instituciones.
Todo consiste en las necesidades reales de la reproducción. El Estado aparecerá con más o menos instituciones, con instituciones más o menos potentes, según lo exija la producción al reproducirse.
En todo esto pensaba Lenin cuando escribía (siguiendo a Marx y Engels) sobre la desaparición del Estado. Cuando cambió su oficio principal, y le tocó dirigir el Estado soviético, hubo de profundizar la idea, haciéndola menos exigente. Lo que desaparecía, con la revolución, era el Estado burgués; el nuevo Estado lo que haría es ir adormeciéndose.
Con cinco años de experiencia, acabó cambiando de opinión; su enorme crecimiento y la práctica imposibilidad de su control, hizo que acabara llamando al Estado (a su Estado) “ese monstruo”. Tal era su perplejidad, ante un fenómeno que nunca acabó de entender.
Stalin fue quien sí acabó controlando aquel monstruo, que llamaba Lenin, poniendo al frente de cada institución a los miembros más fiables del partido comunista, del partido bolchevique.
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